Agua y ciudad: relaciones para un desarrollo urbano sostenible
Dec 16, 2021
La Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) presenta su libro Agua y ciudad: relaciones para un desarrollo urbano sostenible, la nueva publicación que hace un recorrido histórico y académico del agua.
De acuerdo con la gerente general de la EAAB, Cristina Arango, “esta publicación nos adentra en una lectura atravesada por lo histórico, lo académico y lo técnico, mediante la cual nos damos cuenta de la importancia que tiene, hoy más que nunca, el cuidado y valor que le damos al agua como recurso vital”.
Desde la EAAB se está trabajando proteger y cuidar la mejor defensa para la vida: el agua. Y también para seguir ofreciendo un servicio confiable y de calidad para todos los ciudadanos. Proyectos como los de las Planta de Tratamiento de Aguas Residuales Salitre y Canoas, vinculados además con el saneamiento del río Bogotá, la construcción de corredores ambientales, la recuperación de la Estructura Ecológica Principal o los árboles sembrados, nos muestran un panorama positivo en torno a la búsqueda de equilibrio entre el uso de recursos naturales y el medio ambiente.
La publicación se divide en dos tomos. En el primero, el lector aprenderá sobre la historia del acueducto en Bogotá; cómo el agua es eje estructurador de las ciudades; la importancia de la cultura ciudadana para evitar el declive de los cuerpos de agua; cuáles son los retos frente al recurso hídrico y el cambio climático, y en especial los desafíos que enfrenta Bogotá. En el segundo tomo, Circuito ambiental de Bogotá, se profundiza en la apuesta de la capital para posicionarse como una ciudad que planea su territorio con miras a la integración del desarrollo urbano con el entorno natural y las fuentes de agua que la recorren como eje articulador; la evolución de la riqueza natural de la ciudad y la relación de las personas con esta.
La EAAB invita a todos a descarga de manera gratuita esta publicación y a que sea un referente de conocimiento y promoción de la cultura Somos Agua, para el cuidado y protección de los ríos y humedales de la ciudad.
Te invitamos a leer un apartado de la publicación:
La Empresa de Acueducto y Alcantarillado en el desarrollo de Bogotá: un liderazgo silencioso
El territorio donde hoy se encuentra emplazada Bogotá hizo parte hace más de treinta mil años de un gran lago conocido con el nombre de Funzé (Pérez de Barradas, 2003, p. 37). Como herencia de su desaparición, quedaron varios lagos menores y lagunas en la región andina de la sabana de Bogotá, los cuales guardaron una especial relación con el pueblo chibcha, quienes los consideraban sitios sagrados.
Según la mitología muisca, la diosa Bachué salió de la laguna de Iguaque con un niño con el que, una vez se hizo hombre, poblaron la tierra dando así origen a la especie humana:
Cuando Bachué consideró que la tierra estaba lo suficientemente poblada, dispuso todo para volver a la laguna de Iguaque. Acompañada por una multitud, regresó al sitio del que salió y en compañía de su esposo se lanzó al agua y desaparecieron (Castillo, A. y Uhía, 2009).
De ahí se desprende que, para estos pueblos originarios, el agua tuviera un papel fundamental en sus creencias y su diario vivir. El agua, como origen de la vida, se constituyó como una deidad entre los muiscas: Sie o Sia era la diosa agua. De su nombre derivan algunas acepciones y lugares que rememoran su uso y devoción: Siatá (labranza del agua), Suasia (el agua del sol) o Siachoque (trabajo del agua) (Pérez
de Barradas, 2003, p. 40).
El agua significaba pues, entre otras cosas, fecundidad; también extendida sobre la tierra y la agricultura, por ser el agua el elemento al que le debían el éxito de las cosechas y la supervivencia misma de la especie (Pérez de Barradas, 2003, p. 38). Es notoria la importancia que tenía Sie para la cultura de los chibchas. Su presencia y significado se encontraba en rituales trascendentales para ellos: desde el tránsito de la mujer a la pubertad, el parto e incluso la consagración de algunos caciques (Pérez de Barradas, 2003, pp. 40-41).
Otros dioses fueron al mismo tiempo sujeto de especial devoción para la regulación de las aguas. Es el caso de Bochica, a quien los muiscas atribuyeron el haber drenado el lago Funzé para evitar la destrucción de los sembradíos, amenazados por obra de la leyenda de Chibchachum, un dios local que había castigado a este pueblo inundando la sabana con el
fin de impedir la continuidad de los cultivos:
Dice la leyenda que Chibchachum, “báculo de los chibchas”, dios de la provincia, agraviado por los excesos de los indios los castigó con una gigantesca inundación por medio de prolongadas lluvias y desviando los ríos Tibitó y Sopó hacia las partes llanas en donde tenían los cultivos. El castigo de Chibchachum, dios local, fue levantado por un dios de mayor jerarquía como lo era Bochica (Pérez de Barradas,
2003, p. 48).
Producto de las súplicas del pueblo muisca, Bochica atendió su llanto lanzando su vara de oro sobre Tequendama, con lo cual abrió un espacio delgado para que salieran las aguas y quedara la tierra dispuesta para volver a sembrar. Esa abertura en la tierra por donde escapa el agua es lo que conocemos como el salto del Tequendama (Rodríguez Gómez, 2003a, p. 49).
Dentro de las deidades de la cultura chibcha, con una especial relación con el agua, está la rana. Este anfibio —figura que ha representado desde hace varios lustros a la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá como parte de su logo institucional— no solo significaba para los muiscas un canal directo con el origen del agua, sino que se le atribuía, entre otras cualidades, la posibilidad de anunciar la cercanía o lejanía de las lluvias necesarias para sus cultivos, dependiendo de la posición en la que se encontrara (Zerda, 2003, p. 51).
Inicialmente, entonces, la rana puede ser el símbolo de la abundancia del agua y también el preanuncio de las lluvias en las observaciones astronómicas muiscas. Pero la idea de abundancia, en relación con las ranas y las lluvias, migró hacia el sentido religioso, y en la profundidad de significación, el muisca veía en las ranas a sus ancestros y en la lluvia algo sagrado. Los muiscas veían en las ranas una forma de “encarnación” de su propia alma (Bohórquez Caldera, 2008, p. 171).
Sin embargo, la sacralidad del agua no es una idea solo de los primeros habitantes de América. Bastaría con recordar, para no ir muy lejos, la jerarquía que tiene el agua en la tradición judeo-cristiana. La Mikve para el judaísmo, por ejemplo, es un espacio donde se practican los baños de purificación propios de esa religión, considerándose la interacción con el agua como una reconexión a la fuente de vida y una experiencia de transformación (Trugman, s.f.). Para el cristianismo, Jesús recibió el bautismo bajo el agua del río Jordán y, según los evangelios, luego de su crucifixión fue atravesado en el costado con una lanza y manó de él sangre y agua (Evangelio según San Juan 19:34). Por ejemplo, para las iglesias cristianoortodoxas y católica el agua se convirtió también en un elemento sagrado al que se le asignan cualidades de purificación y renovación espiritual.
El agua, explicaba en la década de 1950 el historiador de las religiones Mircea Eliade, es “fuente y origen, el reservorio de toda posibilidad de vida; es anterior a todas las formas y base de toda creación”. Así ha sido desde el comienzo de la historia humana y, cuentan las leyendas, incluso antes. Según el Génesis, el mundo fue creado por un dios que hizo surgir un “firmamento en medio de las aguas”. Los babilonios creían que el mundo estaba hecho de una mezcla de agua dulce y salada. Los indios pima decían que la Madre Tierra había sido fecundada por una gota de agua. El diluvio catastrófico que destruye el mundo es un arquetipo acuático común a las culturas hebraica, griega y azteca (Stanmeyer, s.f.).
Para otras tradiciones como el hinduismo, el agua representa también un elemento por medio del cual se le da limpieza al cuerpo y al alma. Las aguas del Ganges son las más sagradas de la India y Benarés uno de los lugares más venerados por los peregrinos, que creen que el río purifica todo aquello que toca. El agua del Ganges, que protege de los espíritus malignos, es regalada a los invitados en las bodas en recipientes de cobre sellados. Como muestra de devoción, estos introducirán unas cuantas gotas en el baño diario. Quienes están al final de la vida, a veces acuden al río para una última ablución. Y los muertos a menudo son incinerados en sus orillas (Stanmeyer, s.f.). Así pues, el agua ha tenido desde hace miles de años una concepción sagrada para los pueblos originarios que habitaron la sabana de Bogotá y para muchos otros del resto del mundo. Esa sacralidad debe recuperarse y mantenerse en el contexto actual de nuestra civilización, puede que para algunos ya no entendida como un cuerpo místico, pero sí de vital importancia para la continuidad de las especies y la conservación del planeta. Es necesario empezar a reconstruir una conciencia colectiva sobre la relación simbiótica que tiene el ser humano con el agua y repensar desde todo punto de vista las acciones que el gobierno y la ciudadanía deben adelantar para cuidar de ella.
En ese sentido, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá ha sido —y continúa con el reto— un actor fundamental para el fomento y consolidación de una cultura del agua acorde con las necesidades y limitaciones de la capital colombiana. Según la Unesco (2005), la cultura de agua es definida como el conjunto de modos, estrategias y medios utilizados para la satisfacción de necesidades fundamentales relacionadas con el agua y con todo lo que depende de ella, incluyendo lo que se hace con el agua, en el agua y por el agua. Se manifiesta en la lengua, en las creencias (cosmovisión, conocimientos), en los valores; en las normas y formas organizativas; en las prácticas tecnológicas y en la elaboración de objetos materiales; en las creaciones simbólicas (artísticas y no artísticas); en las relaciones de los hombres entre sí y de estos con la naturaleza y en la forma de resolver los conflictos generados por el agua.
La cultura del agua es, por lo tanto, un aspecto específico de la cultura de un colectivo que comparte, entre otras cosas, una serie de creencias, de valores y de prácticas relacionadas con el agua” (Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, s.f.). La cultura del agua integra de este modo distintos frentes que van desde las creencias hasta las manifestaciones artísticas, desde las normas hasta las formas de resolver los conflictos que se generan por ella; hace parte de nuestra existencia como un elemento vivo —muchas veces subestimado por la idea común de infinitud— que necesita de una protección especial y acciones permanentes para su buen uso y preservación.
Jesús A. Dulce
Internacionalista de la Universidad del Rosario, especialista en Gestión Pública. Ha sido asesor, gestor cultural y consultor en temas de política pública de desarrollo rural, agua
potable y grupos étnicos.